viernes, 6 de febrero de 2009

HACE YA UN AÑO...

Rebekka nació con la lluvia.

Mi parto empezó un sábado por la noche y a veces tengo la sensación de que durante todo el día supe que se acercaba el momento, por la mañana me duche, terminé de preparar la canastilla, preparé comida para el día siguiente, limpié la casa… Empezaron las contracciones mientras leía por enésima vez “El Señor de los Anillos” y fue tal y como explican en los manuales. Dolores esporádicos que a cada momento se acercaban más y más. No estábamos muy seguros si sería el inicio del parto así que nos fuimos a la cama con un cronómetro y fuimos cronometrando cada contracción. Cuando eran cada 5 minutos hice caso al consejo de Lorena, mi mejor consejera durante el embarazo, y me metí en la ducha, al acelerarse mas aún las contracciones con el agua caliente, tal y como ella me dijo, nos convencimos de que era el momento y a las cinco de la madrugada nos fuimos al hospital. Cuando llegamos ya había dilatado cinco centímetros. Los cinco primeros fueron rápidos y apenas dolorosos, los otros cinco no tanto, la dilatación se ralentizó y se hizo mas dolorosa al llegar al hospital y dejar la tranquilidad de nuestra cama y nuestra casa.
Las manos de Fran fueron mi mejor anestesia, su calor sobre mi espalda, su calma ante mi dolor, sus palabras tranquilizadoras, sus besos y abrazos, sus miradas empáticas me hacían sentir fuerte y capaz de todo, sin él no hubiera podido hacerlo. Por lo que cuando solo nos quedaban dos centímetros pedimos la epidural. A pesar de ser muy reacia a ella me sirvió para poder descansar y dormir durante casi dos horas y eso hizo que el trabajo de parto fuera mucho más fácil y rápido. Había recuperado fuerzas y en apenas dos pujos salió Rebekka, sin episiotomía, sin desgarros, un expulsivo limpio y rápido. La oímos llorar antes de salir y fue el sonido mas emocionante del mundo. No pudimos evitarlo y nos convertimos en una familia que no podía dejar de llorar.

Y PASÓ LA BLANCA NAVIDAD

Ha pasado la Navidad y no he tenido la ocasión o quizás las ganas de asomarme a Virlanda y cortar las hierbas que han crecido demasiado en mi jardín trasero. No es falta de ganas, de hecho escribo mucho mentalmente en mi día a día cotidiano pero luego no me resulta fácil transcribir esas entradas en el ordenador y mucho mas plantarlas en Virlanda para que podáis pasear por ellas. Poco a poco todos nos vamos acoplando a nuestras nuevas tareas, situándonos y sintiéndonos más cómodos en nuestros nuevos roles.

Dickens sabía muy bien lo que la Navidad significa para un adulto, siempre me hace reencontrarme con los tiempos pasados, ser conscientes del presente y ver nuestro futuro. A mi volver a casa por Navidad me reconcilia con la ilusión y la tradición. Me gusta rodearme de mis padres y compartir con mi hermana las mismas cosas que hacíamos cuando éramos unos micos con coletas, mi abuela me enseña como huele la Navidad y el resto de la familia me hace sentir muy querida. Este año mi hija ha sido el centro de la Navidad, y es lógico, es un encanto, dorada y risueña, redonda e inquieta…

Este año pasear por el Jardín era como adentrarse en un cuento de hadas, tengo que mandar desde aquí felicitaciones por el trabajo bien en hecho a mi padre, se están volviendo todo un artista de las luces y las sombras, como decía Jane Eyre... Han sido unas Navidades blancas y frías como manda la tradición, llenas de comida, aromas y recuerdos de los que no están y de los que están pero faltan en nuestra mesa. Había sillas vacías este año.