Me gusta caminar de calle en calle, buscando la Catedral. Meterme por los callejones perdidos en la memoria y mirar hacia arriba buscando ansiosa con los ojos el bastión de Sevilla, el faro que nos alumbra y el ancla que nos obliga a quedarnos de por vida a su vera. La brújula que en esta ciudad no marca el norte, sino a ella, siempre omnipresente y siempre discreta, siempre llamándonos en silencio para que alcemos la cabeza al cielo y dejemos que el sol, el viento, la lluvia y su visión nos descubran cada vez la vida...
"Calle Placentines
¡ay, madre que suerte,
¡ay, madre que suerte,
que tienes el mismo ancho
que el Cristo de la Buena Muerte!"
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