viernes, 25 de julio de 2008

CAMBIOS


Cuando levantó la cabeza volvió a tener esa extraña sensación de no saber donde se encontraba. El libro estaba abierto sobre el escritorio, el flexo enfocaba el dibujo de los músculos del pié. Esa era la única iluminación de la habitación. Levantó la cabeza esperando encontrar las paredes de su cuarto pero no fue así, y sus ojos chocaron contra los paramentos vacíos de la buhardilla donde ahora vivía.
Su vida se desarrollaba ahora entre cuatro paredes y un techo inclinado lejos de su pueblo, como la de tantos otros estudiantes. La estancia era grande y estaba dividida en dos, una parte de estudio y otra de descanso. En la parte de la derecha había una gran mesa-escritorio repleta de libros, folios, bolígrafos…y a un lado su ordenador, el único intermediario entre él y el mundo exterior, ese exterior del que parecía haberse aislado desde que había llegado a su nueva residencia. En la mesa reinaba un gran orden igual que el que parecía reinar en su vida, aunque solo él sabía que ese orden era ficticio, que solo era un escaparate para los demás. Hacía girar la silla hacia un lado a otro. En la pared había estanterías que con los meses se habían ido llenando de libros, pero no de libros apasionantes llenos de literatura, no, eran libros pesados, aburridos libros de los que aprendería mucho pero no de los que hacen compañía en la soledad. El otro lado de la habitación era mas acogedor, una mesita de noche con una lámpara azul, el despertador que lo sacaba de sus sueños cada mañana y varias fotos que eran como una ventana que se abría a otra época en la que él vivía sin pensar constantemente en lo que pasaría en un futuro cada vez mas cercano y a la vez mas oscuro. Al lado de la mesita había una cama que no era la suya. A los pies de la cama se abría la puerta del pequeño aseo.
Giró la silla y observó lo que había a su alrededor. No le gustaba estar allí. Pensó que todo aquello había sido antes de otros, que como él, solo habían pasado allí el tiempo necesario. Nada le pertenecía, nada llevaba su olor, su esencia, todo le era ajeno, se sentía fuera de lugar, sabía que no encajaba allí. Miró por las grandes ventanas y vió las luces de la ciudad. Se sentía tan solo y vacío que quiso gritar. ¡añoraba tantas cosas! Pero le resultaba tan difícil decirlo, siempre había tenido tantas ganas de marcharse que ahora no podía reconocer cuanto lo extrañaba.
Se irguió y estiró los brazos primero, el cuello después y por último estiró la espalda haciendo crujir cada una de sus vertebras. De pronto le resultó gracioso verse verse allí, tan lejos de lo suyo, y sobre todo, tan lejos de los suyos. Le gustaba la soledad pero quizá aquello era demasiada soledad de un solo golpe.
Comenzó a pensar en lo mucho que había cambiado su vida y no le gustó. Lo dejó todo, igual que antes lo habían hecho otros, pero con la diferencia de que esta vez eran sus padres, sus amigos, su casa los que se quedaban allí. Aunque le dolía había asimilado todos los cambios y pensó en como habían afectado esos cambios a los demás. Sabía perfectamente que no todos eran igual de fuertes que él. Al principio creyó que le resultaría imposible comprender a los demás pero se dio cuenta de que la soledad, esa misma que había buscado sin descanso y que en solo unos meses parecía haberse instalado definitivamente en su vida, le había llevado a pensar en ellos mas de lo que nunca antes lo había hecho. Casi pudo ponerse en la piel de cada uno, aunque tampoco consiguió entenderlos a todos.
Poco a poco el nudo permanente que tenía en la boca del estomago ke fue subiendo a la garganta y pensó que escribir le ayudaría. Quizá escribirle haría que todo fuera mas fácil, por lo menos esa noche. Sacó un folio e intentó escribir, pero su mente se llenó de recuerdos y risas… de pronto sintió que esos recuerdos le hacían daño. Le hacían daño porque supo que ya solo eran recuerdos y que ya nada volvería a ser igual. Y volvió a sentir como le estallaba algo muy dentro. Su mundo tal y como lo conocía se había extinguido y de una forma vertiginosa en su lugar había empezado a nacer otro. Se dio cuenta de que no se opuso a ese cambio porque sabía que era normal y necesario, nadie mejor que él sabía que era absurdo oponerse a lo inevitable. Entonces también se dio cuenta de que ella no podría aceptar todos esos cambios de la misma manera con la que él lo había hecho, y eso lo entristeció.
Aún no había escrito nada, le costaba encontrar las palabras justas. El folio brillaba bajo la luz del flexo y parecía gritarle. Se llevó el bolígrafo a la boca y se dejó llevar. Y esta vez sintió miedo. Miedo a ser olvidado, miedo a no volver a encajar entre ellos, miedo a volverse tan diferente y solitario que ya no le apeteciera la compañía de sus amigos, miedo a perderlo todo. En realidad ya lo había perdido todo y solo le quedaba algo que no quería dejar marchar aunque quizás ya fuera demasiado tarde para pensar en eso. Siempre había creído que ella jamás se marcharía y pensar en esa posibilidad por primera vez hizo que todo temblara en su interior. Era extraño, se había esforzado tanto en no necesitar a nadie que ahora que sabía que la necesitaba no sabía como reaccionar.
Dejó caer el boli sobre el folio aún en blanco y se levantó. Se pasó la mano por la cara y con uno de sus gestos mas característicos se restregó el rostro, esa era una de las pocas cosas que había heredado de su tío, y también eso le trajo recuerdos.
La noche oscura de invierno se extendía por ese paisaje lleno de luz que le resultaba desolador. Era tan grande, había tanta gente dormida bajo la noche de la ciudad que eso lo hizo sentirse mas diminuto y aislado. Buscó con sus manos los bolsillos del pantalón, cuando los encontró las hundió en ellos dejando caer los hombros en un gesto cansado. No sabía bien como se sentía, estaba confuso y eso no le gustaba. Buscó algo desesperadamente por la habitación sin encontrar nada, al fin paró sus ojos en el pequeño teléfono negro que había sobre la cama y luego los volvió a centrar en el folio.
Tenía que seguir estudiando pero no podía. Su mente estaba saturada y su cuerpo cansado. Se dirigió a la ventana y la abrió, se sentó en el suelo cerca de ella y fijó sus ojos en el cielo, pensó que si estuviera en su pueblo ese cielo estaría cuajado de estrellas y no de humo. Cerró los ojos y esa noche se permitió pensar en ella. Y entonces supo que pensaría en ella cada día de su vida, cambiara lo que cambiara en torno a ellos. Y también supo que aunque él mismo se empeñara en hacerlo jamás podría borrarse de su mente el recuerdo de esos labios suyos que un día fueron de los dos…

Marzo 1998

No hay comentarios: