Cuando abrió los ojos no
supo que hacer. Había creído que con olvidar unos minutos todo acabaría. Pero
la tenue luz que entraba por la ventana deslumbró sus cansados ojos, se sentía
tan débil que creyó que un suave ruido bastaría para destruirlo. Cuando hablaba
su voz resonaba en su cuerpo y se oía si
mismo como si estuviera en mitad de un gran desfiladero, uno de esos de los que
el profesor de geología se empeñaba en explicarles con vídeos y mas vídeos.
Intentó ponerse en pie pero no lo consiguió, sus piernas, enclenques y
raquíticas no eran capaces de sujetar su cuerpo. Se miró a los pies y creyó ver
algo deforme y tan grandes que no podía creer que fueran sus propios pies. A
duras penas consiguió levantarse apoyando todo su peso sobre el cabezal de la
cama. Y entonces no pudo creer lo que vio, una gran espejo ovalado le devolvió
su imagen. Un ser escuálido, encogido, tembloroso, pálido lo miraba con los
ojos desorbitados en sus grandes cuencas.
Debería ver la imagen de un joven de 18 años fuerte, sano, de gran
estatura y grandes espaldas que en un tiempo había sido. Y aún así, siendo consciente
de lo que veía, de lo que pasaba, aún se sentía gordo. No pudo evitarlo y se
echó a llorar, pero ni siquiera sus sollozos parecían humanos. Su llanto
gutural y siniestro lo asustaba, sus propios sonidos le eran desconocidos. No
podía mas, se encontraba inmerso en un laberinto en el que no veía la luz, todo
era oscuro, cerrado, sin un pequeño atisbo de esperanza de salir, de poder
volver a su vida, de ser el dueño, otra vez, de su propia existencia. Y
mientras caía de rodillas al suelo le pareció oír sus huesos chocando entre si.
Mientras se derrumbaba solo una idea le pareció ser viable, solo la muerte
aliviaría su dolor, el dolor de sus padres, de toda su familia y del todos los
que lo rodeaban. Entonces se ovilló sobre su propio cuerpo y esa idea de morir
se fue asentando poco a poco en su mente, incluso creyó que una pequeña luz de
alegría o algo muy parecido a ella se encendía en su interior.
Se quedó así, tumbado en
el suelo, rendido sobre su miseria. No dormía pero tampoco era consciente de
donde estaba ni de lo que hacía. Su mente ya era incapaz de pensar, sus
sentidos estaban cegados. Si en ese momento alguien hubiera entrado a la
habitación sus ojos solo habrían visto un despojo humano un muñeco, uno de esos
esqueletos que se utilizan en las clases de anatomía.
Sin saber como, una vez
mas abrió los ojos y su mirada chocó
contra el techo de su cuarto. Volvía a estar acostado y entubado, pero
esta vez ya no se paró a pensar como había llegado hasta allí. Ya no se
enfureció con su madre, ni con los médicos, ni siquiera lloró, solo se arrancó
las agujas despacio, sin furia. Despegó el esparadrapo y sacó la aguja de su
famélico brazo y lentamente se levantó. Sus pasos, cansinos y pesados se
dirigieron al pequeño aseo que había en su habitación.
Esa mañana se había
levantado ya sin alma, su espíritu se había quedado atrás, muy atrás, cuando
todo su infierno comenzó. Durante todo este tiempo su alma lo había acompañado,
y había sido ella y solo ella, la que había hecho creer que todavía había algo
que merecía la pena. Pero en el momento en que su propia alma se había rendido
y lo había abandonado supo que era el
momento. Su existencia que durante todo ese tiempo se había ido extinguiendo
poco a poco, había llegado a su fin.
Entró en el pequeño
cuarto de baño y con una tranquilidad desconcertante su mano abrió el armario,
por última vez miró su rostro en el espejo. Su cara vacía y sin expresión daba
miedo. Cogió las cuchillas que su padre le había comprado para el día que
pudiera afeitarse, para el día, en que según él, todo volvería a la
normalidad,. Entonces vio el reflejo de su piel en la afilada cuchilla y en
milésimas de segundo todo acabó, cerró los ojos y dijo adiós al mundo que lo
había matado.
Noviembre 1997
2 comentarios:
Esto lo escribiste en el 97?
ufff, muy fuerte, niña!
¡verdad que si? fui una adolescente muy atormentada...
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