Mira a la ventana tras otra jornada de trabajo y con una sorpresa incomprensible por algo que se repite cada día, descubre que la oscuridad es ya la dueña de la calle. Los cristales están empañados. Demasiado frío fuera. Dibuja un corazón con el dedo y se vuelve extrañada, no recuerda haber encendido la estufa. Sin darle mas importancia borra el corazón y pega la nariz al cristal, un escalofrío recorre su cara.
En la calle hay mucho ajetreo, la gente abrigada hasta las orejas, anda deprisa sin detenerse a pensar que ya es Navidad. Sigue con la mirada a un viejo que anda despacio, concentrando toda su atención en el bastón en el que apoya su cuerpo menudo y calado hasta los huesos por la humedad acumulada durante casi un siglo de vida. Avanza despacio pero no importa, no tiene prisa. Nadie lo espera. Lo mira mas detenidamente en intenta imaginar cual será su historia. Seguro que tuvo una infancia difícil allá por los albores del siglo, aunque quizás fue feliz si la comparamos con su adolescencia, toda su juventud destruida en una guerra sin sentido. Pero lo peor vino después, una pesadilla de represión, hambre y miedo que duró 40 años, cumplió los 20 cuando empezó y tenía 60 cuando acabó. Toda una vida reflejada en una cara. Cada surco que cruza su rostro está repleto de tristeza y dolor. Y a pesar de ello sigue caminando lentamente por la ciudad como un espectro cada tarde...
A MI ABUELO Y A TODOS LOS ABUELOS...
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